El botillo sigue escalando puestos en la escala social. El humilde botillo, cuyo origen se remonta según algunos a los tiempos de loa dominación romana, y según otros eruditos a la oscura época del medioevo que, por cierto, tuvo mucho más color de lo que pensamos, ha obtenido así como quién no quiere la cosa, la declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional, en la multitudinaria celebración que cada año congrega a más de mil comensales en la localidad berciana de Bembibre.
Jesús Celemín, concejal de Cultura del municipio piensa ya en los dineros que desde algún sitio oficial pueden caer con este motivo. “Además del prestigio – ha dicho- que otorga un reconocimiento de esta importancia, que ayudará a que la villa sea más conocida en toda España y ayudará a que aumente el número de visitantes”.
Del milagro del botillo tiene mucha culpa, por no decir toda, el comunicador berciano Luis del Olmo, que desde las ondas de todas las cadenas de radio por las que ha pasado, se ha volcado en la alabanza de este ya famoso embutido.
El mundo entero se ha rendido a la contundencia del botillo. Por ejemplo, en el mismísimo Nueva York, el Consejo de Residentes Españoles celebra todos los años en el mes de abril la Fiesta del Botillo, con una actuación de flamenco y este año con una exposición de productos de Castilla y León.
También la colonia leonesa en Mar de Plata se reúne cada año alrededor del botillo. El último festejo, celebrado en octubre del año pasado, contó con una conferencia de la profesora María Esther Espinosa y la actuación del joven cantante de tangos Matías Latorre.
Famosas son también las botilladas que cada año convoca la Casa de León en Madrid y las que tienen lugar en las Casas de León en la mayoría de las capitales españolas.
Cuentas J. A. Martín y Javier Pérez que “El origen del botillo es discutido, aunque lo más probable es que sea una elaboración ideada en la Edad Media por los monjes de Cariacedo. Lo que está claro es que el consumo del botelo estaba muy extendido entre abades, obispos y reyes y era un plato de fiesta, un manjar que no podía faltar en las celebraciones religiosas o bodas. Tradicionalmente el primer botillo se degustaba en Noche Buena y el último en Carnaval. Entre ambas celebraciones los más pudientes lo solían comer como plato exquisito en domingo y el, pueblo llano sólo en las fiestas del patrono del lugar”.
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