sábado, 6 de septiembre de 2008

Para pensar en lo que comemos

Historia Pintoresca de la Alimentación, de Georges y Germaine Blond. Luis de Caralt Editor.


Creemos que es muy importante fomentar toda clase de lectura, pero especialmente la gastronómica. Hay razones para ello, no basta con ponerse a la mesa y degustar los platos más exquisitos y los vinos más sugerentes, hay que penetrar en las cualidades de los productos que comemos y en las formas que se han empleado para su elaboración. Sobre todo porque cada día aumentan de forma increíble las técnicas empleadas por los cocineros para hacer aún más deliciosos los productos de la tierra, y es importante que al degustarlos podamos opinar con fundamento sobre ellos. Bueno, personalmente aconsejo esta postura crítica cuando nos enfrentemos a las obras de los profesionales, porque a las cocineras o los cocineros de casa no debemos crearles presiones añadidas que pueden terminar en desagradables desavenencias.

Un clásico de los últimos tiempos en la literatura gastronómica es el libro Historia Pintoresca de la Alimentación, de los autores franceses Georges y Germaine Blond, un matrimonio feliz, quizá en buena parte debido a compartir deliciosas viandas. Se trata de una historia de la cocina que comienza hace siete mil años y que llega hasta nuestros días. Los autores de esta obra han profundizado, mediante un minucioso estudio, en la evolución alimenticia europea.

Nos explica el libro la penuria alimenticia de los hombres primitivos que tenían que luchar a brazo partido contra un mundo hostil para conseguir cada proteína, y que muchas veces el intento de lograr unas pocas calorías significaba para ellos la muerte.

Cuentan los autores la genialidad de la cocina griega y el esplendor barroco de los interminables y sofisticados banquetes romanos.

Explican la poco delicada cocina de la Edad Media, sobre todo debido a la caducidad de los alimentos conservados en unas condiciones poco recomendables. Los cocineros de entonces solo podían disfrazar los malos sabores y olores con las codiciadas especias.

Se detienen en los fastos culinarios con los que los revolucionarios franceses saludaron la llegada de la República y la incorporación a la cocina europea de los productos autóctonos de América.

Una historia que ennoblece el para algunos prosaico acto de comer.


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